sábado, 11 de junio de 2016

Mandar o gobernar?, la función del Radicalismo


Siempre creí que si hay algo que de alguna forma nos retrata como argentinos, es el Martin Fierro, que empieza por ser un Gaucho rebelde y perseguido y resiliente (como está de moda decir hora), hasta terminar como uno sumiso al sistema de la época, y de alguna forma acomodaticio y ventajero.

Seguramente habrá muchos que me critiquen por lo dicho, pero creo que es asi, y que de alguna forma no es más que una retrato social de la época, y no es casualidad que los concejos del viejo vizcacha un ser casi despreciable y sin moral, se convirtieran en una norma de vida para muchos de nosotros, “Hacete amigo del Juez….que siempre es bueno tener palenque donde rascarse”, es uno de los más celebrados entre nosotros.

Pero la idea no es criticar al Martín Fierro, aunque recuerdo siempre una de las ultimas estrofas, “ya va a venir a esta tierra algún criollo a mandar”, por alguna razón siempre esto quedo dándome vueltas en la cabeza, porque durante toda la historia Argentina, siempre se ha esperado que llegue alguien que nos haga caminar, marcando el paso, con cierto rigor, porque pareciera que por nuestra personalidad colectiva, no podemos hacernos cargo de nuestros deberes como miembros de una sociedad que necesita del aporte del común para avanzar.

Esta idea del mando, desde nuestro nacimiento como país, generó que no pudiésemos darnos instituciones permanentes que nos sirviesen para lograr una estabilidad institucional durarera.

Posiblemente fue porque, según afirmo una vez el Dr. Cansanello, el origen de nuestra democracia es autoritario, y ejemplifico para esto la conducta de Rosas, que tenía sus oídos puestos en tres patas, los curas, los jueces y los vecinos, y se manejaba autoritariamente según el ánimo de las partes.

Asi fue que a lo largo del tiempo hemos tenido sucesivos gobiernos que se dedicaron a mandar, más o menos al estilo Rosista, poco federal, poco representativo, poco democrático, privilegiando siempre a algún círculo íntimo, ordenando y haciendo cumplir a los tiros, o a los gritos, según la época, leyes a veces caprichosas, otras con nombre y apellido, otras con una clara intencionalidad de llegar a sostenerse indefinidamente.

Pero siempre con un tácito aval de una sociedad, que lejos de asumir su responsabilidad, eligió esta vía, como forma de no comprometerse y asumir la responsabilidad de su destino.

Si no fuese asi, no sería posible que habiéndonos dado instituciones democráticas, no podemos consolidar un modelo político, tuvimos la posibilidad de la reforma constitucional, que podía haber modificado el sistema y nos quedamos a medio camino, tenemos un Presidente Fuerte, y un casi primer ministro que, casi tiene la responsabilidad del gobierno, que casi tiene un control parlamentario, que tiene instituciones de control del estado que casi sirven para controlar, a casi todas la actividades del gobierno.

Somos el país del Casi, donde casi todo está por hacer, y casi nada se hace.

Mientras tanto desde el poder se manda, porque como todo es a medias, el único que puede tener el control total es el dueño del poder, que puede manejar antojadizamente todo, porque en el escenario del casi, nos vendamos los ojos para no ver.

Ante la posibilidad del gobierno, preferimos la del mando, porque nos libera de toda responsabilidad, la culpa de todo lo malo será siempre del que manda.

Pero esto implica un riesgo general, el que manda, ejerce el poder a su arbitrio, sin consenso sin consulta, solo su voluntad es suficiente, y el autoritarismo no tarda en aflorar a la superficie, se gobierna como el dueño de poder, sin necesidad de dar explicaciones ni someterse a controles, solo le importa acrecentar su poder.

De allí a caer en la corrupción hay un solo paso, porque en ese ejercicio nada es malo, en la medida que todos cumplan con las necesidades del mandón, en la medida de su voracidad.

La historia reciente nos ha dado algunos interesantes ejemplos de esto.

El ejercicio del gobierno es algo diferente, quien gobierna no es depositario de la confianza absoluta, sino que debe interpretar la voluntad general, debe nutrirse de la opinión de los ciudadanos, y gobernar en beneficio de esa voluntad.

Eso es la democracia, el imperio del consenso, de la participación, de la integración, donde todos ejercen un derecho inalienable, ser parte y protagonista; el pueblo se convierte en artífice de su destino, y las decisiones que se toman son la consecuencia lógica de la participación general.

Obviamente que no es fácil gobernar, porque implica una actitud ética, además de la convicción personal del gobernante, la inclinación a seguir los dictados de la voluntad popular que lo puso en el poder.

No hemos tenido en realidad muchos gobernantes que cumplieran con estas características, y nuestra conducta social nos hizo elegir el camino fácil, el de los mesiánicos, supuestamente salvadores de algo que en realidad no estaba perdido.

La función de los partidos políticos auténticamente democráticos, es recuperar para si este ejercicio, generando espacios de participación, que sirvan como intérpretes de la voluntad popular, y la transmitan al gobierno, dejando de actuar como agentes de propaganda ajustada a la necesidad del gobernante, y al mismo tiempo preparar y formar a los futuros gobernantes, para que llegado el momento cumplan con esta función.

Es necesario que la ampliación de la participación, tenga el rango constitucional que se merece, lo que implica que tengamos una norma que no sea una casi solución, sino que establezca un verdadero gobierno cuya representatividad este auténticamente asegurada, no solo por la cantidad de votos de una elección, sino que asegure que la representatividad a través de instituciones que aseguren que el gobierno sea el producto de la voluntad general.

Esto también implica un cambio en la conducta social, una nueva forma de conducirse como ciudadano, que asumiendo su protagonismo provoque los cambios necesarios, para poder avanzar hacia un modelo de gobierno, que acentúe la importancia del ciudadano, pero no como individuo, sino como parte de una construcción colectiva, en la que las decisiones se originen en una voluntad univoca producto de la participación activa de los ciudadanos.

El partido Radical debe asumir la función de provocar el cambio, de acentuar la dinámica de la democracia, entendiendo que para avanzar en los cambios es necesario volver hacia sus orígenes, recuperando la mística que originó su creación, reinstaurando los institutos partidarios que provocaron que la renovación política fuera posible, se debe volver a provocar la apertura necesaria, terminado con los mandatos indefinidos, provocando la renovación permanente de las estructuras, siendo un espacio de integración y participación natural, y el canal donde se encaucen las aspiraciones de la sociedad, recuperando su función de intérprete de las más importantes aspiraciones de la Nación.

Si no comprendemos cual debe ser nuestra función, y que esta solo se puede cumplir con una dirigencia que este convencida que su paso solo es temporal, y que debe abrirse a la posibilidad de renovación permanente de nuestras estructuras, habremos perdido el carácter revolucionario de nuestros ideales, siendo solamente una estructura electoral eficiente, al servicio de cualquier ideología, en la medida que esta permita la supervivencia de una dirigencia posibilista alejada de la voluntad ciudadana, presa del marketing, y de los slogans más o menos atractivos.

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