jueves, 22 de enero de 2015

La muerte de Nisman, anomia y alerta

La muerte del Fiscal Nisman es una alerta definitiva, para ver el estado anómico en el que nos encontramos como sociedad, no es posible que pueda funcionar ninguna institución republicana cuando el poder es sospechado de corrupción, crímenes, complicidades.

Pero esto no es nuevo, históricamente en nuestro país esto ha sido así, desde los albores de la nacionalidad, hemos sufrido magnicidios, injusticias, corrupciones escandalosas, asesinatos políticos, torturas, atentados, y de nuevo el circulo sigue girando y reiteradamente vuelven a ocurrir, matanzas atentados, torturas, ocultamientos, corrupciones, asesinatos.

Posiblemente nos hemos anestesiado, y lleguemos al punto del acostumbramiento, creyendo que ante cualquier acto opositor al poder la venganza sea la respuesta natural, porque ya lo hizo quien estuvo antes, y lo hará quien venga después.

Los mensajes que se cruzan parecen cada vez más violentos, las paredes que se pintan reflejan que en realidad vivimos en un estado de inconciencia, pero no solo el gobierno, sino también la sociedad en general. Los insultos, y amenazas dirigidas a quienes piensan diferente lo demuestran cabalmente, y ante un estado sospechado de corrupción, nos corrompemos  también, por las dudas, hasta que finalmente se cae en la falta de conciencia de la existencia de las normas morales más elementales, que permiten la vida en sociedad.

El asesinato de Nisman, es un golpe tremendo contra la República, que debería despertar la conciencia de nosotros como ciudadanos, y preguntarnos si ¿no es la hora de volver a descubrir la importancia de lo moral, de lo ético, de recuperar la solidaridad social?, que es lo que construye a  la Republica.

La omnipotencia del poder, que cree que cualquier medio es válido para sostener sus privilegios, aun a costa de la vida y de la paz social, la permanencia ininterrumpida en su ejercicio, utilizando todos los medios posibles, la exageración del boato y la pompa hasta llegar a la lujuria, la actitud de muchos de nuestros representantes, que de estar tanto tiempo ocupando sus cargos, han creado una oligocracia que ha olvidado donde está el pueblo, cuyos intereses dicen proteger.

Nuestro sistema no funciona bien, y es evidente que es necesario poner freno a tales excesos, yendo hacia una democracia republicana mucho más amplia y más representativa.

Porque cuando la sociedad sospecha del estado, de la justicia, de sus representantes, es que ha descreído del sistema, y esto posiblemente indique que ha dejado de ser el continente de la sociedad a la que está dirigido.

Cuando el sistema pólitico comienza a fallar el tejido social se resquebraja, y las sociedades se dividen, casi siempre violentamente, y esto, precisamente, es lo que debe evitarse.

Posiblemente sea hora de plantearnos si no debemos cambiar algunas cosas que no permiten que la democracia, y la república no funcionen correctamente, quizá sea hora de introducir reformas que limiten el ejercicio del poder, en tiempo y espacio, para evitar que el enquistamiento termine en la perversidad de la tiranía.

Lo más peligroso que existe para la democracia y la república es precisamente eso, que la permanencia termina por convertir a los dirigentes en tiranos,  dueños de la verdad, propietarios de la vida y de la muerte de las personas, conculcan los derechos, anulan las garantías, para finalmente eliminar las libertades de quienes, en lugar de proteger, convierte en victimas del poder.

Pero solo es posible si el pueblo se lo propone, si surge del clamor de la sociedad, y no como parte de un acuerdo de dirigentes, para crear una Constitución “a la medida”, sino como una real necesidad para poder vivir finalmente en una sociedad en “unión y libertad”, como promete el preámbulo.