jueves, 15 de febrero de 2018

Política y Salud; va siendo hora de comenzar a discutir


Es indudable que en cualquier estado moderno la política de salud es, y debe ser uno de los acápites importantes de cualquier plan de gobierno, y debe ser por definición del concepto de república una sola e igual para toda la población, sin distinción de estratos sociales, en el marco de un sistema solidario e integrador.
En el contexto actual, y ya desde hace muchos años el sistema de salud argentino ha dejado de ser un sistema que contenga todas las características anteriores, debido a una serie de continuas deformaciones que terminaron por desdibujarlo como sistema y convertirlo en una caótica forma de prestaciones más o menos eficientes dependiendo de la capacidad económica del prestador o del beneficiario.
Esto ha provocado que tengamos una salud de primera, segunda, tercera, o cuantas categorías se nos ocurran, dependiendo que tan económicamente poderosa sea la obra social o prepaga a la que aporte el beneficiario.
En el último escalón de las prestaciones quedan, por supuesto aquellos que por su grado de desprotección deben acceder a las prestaciones de menor nivel, casi siempre a cargo del estado.
El sistema que se adoptó en nuestro país, ha girado peligrosamente hacia la mercantilización de la medicina, y a la corporativización, provocando todo tipo de desigualdades posibles en materia de prestaciones, y muchas veces lo que diferencia una prestación de “alto nivel”, es solamente una diferencia en la hotelería de los establecimientos, o un mejor marketing profesional, y no necesariamente un mejor servicio.
En los estados que mejor han sabido ordenar y administrar correctamente las políticas de salud, muchos partiendo del sistema Beveridge, mostrado y defendido como uno de los logros más importantes del estado Inglés, modificándolo y generando estructuras aún más eficientes e integradoras en el ámbito de la Salud Pública, como los países Nórdicos, Euskadi y Navarra.
En Euskadi en Particular pude ver funcionando el Osakidetza (Servicio Nacional de Salud de Euskadi), que se encuentra hoy dentro de los seis mejores servicios de salud europeos, cuyas característica es principalmente el trato igualitario en materia de Salud, y en conversaciones con algunos Ciudadanos Euskeras, se percibe como un sistemas altamente eficiente, y prestigioso, cuyos servicios son excelencia, en un nivel superior al de la medicina privada.
En nuestro país, en los comienzos se adoptó este sistema, con una diferencia fundamental, el estado dictatorial de Onganía concedió a los sindicatos, manejados por Vandor, el manejo de las Obras Sociales, dividiendo el sistema, en tantas obras sociales como gremios hay, y luego en los 90, otro estado liberal secundado por la estructura sindical, habilitó la participación, desregulación mediante, del sector privado en el sistema nacional.
Esto derivó en odiosas diferenciaciones de nivel prestacional, creándose un sistema que permitió que hubiese medicina para pobres, en dudosas condiciones, y medicina para ricos, que, a la luz de las últimas noticias, también es en dudosas condiciones.
Lo que si queda claro es que el nivel profesional y científico del hospital público en general, es el más alto de todo el sistema de salud, y que fundamentalmente las cuestiones sanitarias más complejas se resuelven dentro del sector público.
Es de público conocimiento que las obras sociales sindicales, han servido como fuente de financiación de campañas políticas, o han contribuido a incrementar el poder económico de muchos dirigentes, desviando fondos, que deberían haber sido utilizados exclusivamente en la cobertura de salud de sus afiliados, lo que ha estrangulado económica y financieramente al sistema, sumado a la sobrefacturación que se ha detectado que existe en muchos casos, hasta el punto que existen organizaciones privadas que ofrecen sus servicios de facturación, incluso a hospitales públicos, a cambio de una comisión porcentual por incrementar los valores facturados a las Obras Sociales.
Si a esto sumamos que en este esquema de multiplicidad de instituciones, dentro de la estructura de costos de las obras sociales, el gasto administrativo es alarmante con relación a la inversión en prestaciones destinadas a sus afiliados, lo que lo convierte en un esquema realmente explosivo que ha sumido en un desastre financiero a la mayoría de las obras sociales, hasta el punto que, con excepción de aquellas que por volumen de afiliación, son económicamente poderosas, muchas obras sociales de menor envergadura no cubren con las obligaciones económicas asumidas con sus prestadores, cayendo en niveles de atraso de pago, inviables en cualquier economía.
A esto debemos sumar la voracidad económica de muchos establecimientos y organizaciones privadas, cuya única finalidad es la de obtener grandes ganancias, aún a costa de disminuir la calidad de las prestaciones a los pacientes.
Este sistema se ha convertido en un mecanismo perverso, que tiene aprisionado en el medio toda una masa de ciudadanos que necesita soluciones de salud, a las que no puede alcanzar, por sus propios medios.
Cuando Beveridge, en su informe afirmaba que a partir de un aporte, semanal en el caso inglés, podía solventarse un servicio de salud que abarcara igualitariamente a toda la población inglesa, brindando una atención igualitaria, poniendo al estado en la posición de organizador y administrador, en ningún momento pensó en un sistema tan descabellado como el argentino, sino en sistema organizado racionalmente, donde el estado asumiera su rol protector de la salud de sus ciudadanos.
Ahora creo que nuestro sistema de salud, parece herido de muerte, y no hay en el horizonte una luz que indique que este túnel tiene una salida, por lo menos visible. 
Es por esto que es necesario que se reorganice todo el sistema y se elimine gradualmente el actual, integrando obras sociales, débiles en términos económico, con aquellas de mayor solvencia, y gradualmente absorbiendo todas dentro de un sistema nacional, terminando por federalizar el sistema, creando una estructura que parta desde la atención primaria de salud, hasta la mayor complejidad creando un paraguas bajo el cual se cobije a toda la población.-
En la escala de atención desde el 1er nivel hasta alta complejidad, el sistema debe integrar en el primer y segundo nivel a la salud pública municipal, es decir, los centros de atención primaria, y los hospitales locales, que deben ser municipales, que constituyen una estructura más eficiente y de respuesta rápida, la estructura provincial administrando los centros regionales y de alta complejidad, y los nacionales, funcionando como centros de investigación, especializados.
En mi opinión inexperta, esta es la única forma en la que puede ser posible tener un sistema de salud no solo financiera y económicamente bien administrado, sino que permitiría que mejorar sensiblemente los centros hospitalarios, permitiendo crear servicios de excelencia, dentro de la organización pública.
¿Qué pasa entonces con el sector privado?, pues bien deberá existir la posibilidad de optar entre el sector privado y el sistema público, teniendo siempre en cuenta que el sector privado, no puede ser subsidiado por el estado, y que sus asociados deben contribuir solidariamente con el sistema oficial, con una parte de su aporte.
El problema de establecer un sistema nacional integrado es el de siempre en nuestro país, como se administra, en este caso debe crearse un fondo de reserva destinado a la inversión en salud, administrado por un concejo ajeno a las necesidad del equilibrio fiscal del estado, que invierta inteligentemente permitiendo capitalizar las inversiones ampliando su capacidad financiera.
Las permanentes deformaciones del sistema de salud, provocadas a través del tiempo, en tratando de mercantilizar el sistema, o proponiendo soluciones antojadizas, que lejos de contribuir a la integración y solucion de los problemas de salud de la población, para lo único que ha servido es para generar empresarios inescrupulosos, dirigentes afortunados, y administraciones corruptas.
Creo sinceramente que va siendo hora de comenzar a discutir la salud pública, seriamente, y de diseñar un sistema que realmente ponga al ciudadano en el centro, como beneficiario y supervisor de la ejecución de las políticas públicas, dejando atrás un paradigma que desde su inicio estuvo muy lejos de ser una solución eficiente de los problemas de todos los argentinos.