martes, 31 de marzo de 2015

Alfonsín: Reflexión a seis años de su muerte


Cada vez que se cumple un aniversario del fallecimiento de Alfonsín, afloran con nostalgia, el recuerdo de las luchas del radicalismo, desde el voto popular, hasta la reinstauración de la democracia como sistema “sine qua non”.

En el 82, muy a pesar de muchos ciudadanos, un hombre decidido, con una magnifica tozudez, que había luchado durante los años oscuros de la dictadura, por la defensa de los derechos humanos, incluso enfrentado contra muchos miembros de su propio partido, que no consintió con ningún acto dictatorial, desde el golpe hasta la guerra de Malvinas, asumía el riesgo de liderar un proceso que devolvería el país al camino democrático.

El desafío de Alfonsín, no solo era reencausar al país por el camino de la democracia, sino hacer comprender a nuestra sociedad que se debía romper la tendencia a justificar los totalitarismos, un mal enquistado en la argentina, debido en gran parte al reconocible origen autoritario de la democracia en nuestro país.

Teníamos los argentinos, y todavía tenemos, una peligrosa inclinación a caer bajo el influjo de los mandones, de justificar sus actos, los gobiernos desde 1853 hasta la llegada Yrigoyen, durante la década infame, el periodo peronista, la revolución Libertadora,  Onganía, el peronismo del 72 al 76, la dictadura, y nuestras propias tradiciones históricas, nos habían acostumbrado a vivir en un clima político, donde era importante para nosotros tener un mandón en el poder, porque en el fondo, estos gobiernos que se llamaron asimismo, patriotas, liberales, socialistas nacionales, Justicialistas, habían desarrollado su accionar al calor de un exagerado culto a la personalidad, y una concepción utilitarista del estado, donde en los periodos democráticos se conservaba una formalidad política restringida por la influencia del poder, pero detrás un férreo ejercicio del mando manejaba los asuntos del país, y en las dictaduras la lógica del matón y la violencia del estado eran la característica que identificaba al accionar del gobierno.

Durante el sueño breve de Illia, como lo llamó Cesar Tchach, el país pudo vislumbrar que existía un estilo diferente, que había un modo distinto de gobernar, una verdadera democracia, sin un mandón a cargo, con un presidente con una actitud simple, pero valiente, que nos decía que debíamos aprender a ser parte, que éramos parte, que debíamos ejercitar el gobernarnos, sin depender de ningún milagroso y mesiánico salvador de turno, realmente fue un sueño breve, interrumpido por un golpe que hundió las posibilidades de ser realmente una Nación de hombres responsables participes y hacedores de su propio destino.

EL país cayo nuevamente en la tentación totalitaria, las campanas del orden tocaban de nuevo, y la sociedad seducida nuevamente por esa combinación marcial de trompetas y liberalismo económico, perdió su oportunidad.

el 73 era la posibilidad de recomenzar el tránsito hacia una argentina nueva, insertada en una modernidad que aparecía en el horizonte, pero el deseo de revancha y la tentación totalitaria, pudo más, y terminamos en un gobierno, violento, fratricida, en el que el único lenguaje posible entre las facciones en pugna era la violencia, la lucha armada de las organizaciones dejo de ser revolucionaria para convertirse en criminal, dejo de ser de izquierda para convertirse en fascista, la respuesta de gobierno con una violencia mayor, más ilegal, más cruenta, concluyo cuando las soluciones eran prácticamente imposibles, si no implicaban el sacrificio de una dirigencia que no estaba dispuesta a abandonar ningún privilegio, y de los grupos terroristas que sumergidos en una irracionalidad manifiesta, tampoco podían detenerse, La solución fue definitivamente llamar a los cuarteles, entregarles el poder y dejar al país nuevamente en sus manos, y que terminaría cayendo en el descredito, que violo todos los derechos humanos posibles, que entrego el país a la voracidad de los capitales extra nacionales, que violó la constitución hasta el punto de convertirla en la letra muerta de un sueño centenario. Y cuando el régimen se encontró encerrado en su propio fracaso provoco una guerra, suicida e innecesaria, arrastrando a la muerte y a desesperación a una generación de jóvenes, que tenían mucho para darle al país.

La llegada de Alfonsín, con su mochila de años de lucha por la democracia, implicaba la posibilidad de realizar aquel sueño breve de Illia, implicaba que la democracia social no era una entelequia sino una posibilidad concreta.

También era una realidad la posibilidad de una justicia que asumiera la responsabilidad de juzgar y condenar a los culpables de la violencia setentista, y nos diera la posibilidad de construir una sociedad donde la violencia no volviera a ser la protagonista de la política.

Alfonsín significaba la posibilidad de ser parte de un país normal, con un gobierno de todos los días, con leyes e instituciones con las que pudiésemos identificarnos como sociedad.

Libertad, participación, integración social, justicia, igualdad, eran la bandera que levantaba Alfonsín y que todos, casi sin excepción entendíamos que era el quien marcaba el camino a seguir, para poder reconstruir el tejido social que constituye el país.

Hoy el partido después de recorrer un camino sinuoso de la mano de una dirigencia, que detrás del éxito fácil, sin intentar el sacrificio de la lucha ha entregado al radicalismo a una agrupación política que lejos de representar una forma de política ideológicamente, representan las antípodas de nuestro pensamiento, basta con leer la declaraciones de sus dirigentes (que los medios importantes publican constantemente), para darse cuenta que lo que en realidad representan.

La situación en la que nos encontramos hoy, nos debe hacer pedir perdón al padre de la democracia argentina, y sería bueno que, como dijo alguna vez Alem, coloquemos crespones negros en nuestras banderas, y en nuestro comités, en señal de luto por la desaparición del sueño Radical.