lunes, 5 de septiembre de 2016

El cuento del empoderamiento y la Revolucion que no fue


Hoy día el cuestionamiento desatado por la actual oposición, que levanta banderas sobre cuestiones, que son caras a las necesidades de nuestros conciudadanos, como el empleo, el ingreso, las tarifas, etc., planteado como si la protesta proviniera de un grupo de revolucionarios que desde el poder, hubiesen logrado que nuestro pueblo superara las barreras sociales, económicas, y culturales que desde hace años se levantaron como una forma de impedir que la movilidad social ascendente dejara de ser una entelequia, y fuese una realidad tangible, como si hubiesen sido los próceres de la nacionalidad moderna.

Lamentablemente los revolucionarios no fueron tales, y lejos de bajar esas barreras y permitir que la sociedad se dinamizara, las levantaron aún más, profundizando las diferencias y haciendo que nuestros valores sociales, fueran reemplazados por una forma de frivolización de la sociedad donde es más importante los bienes superfluos que se poseen, la imagen que se muestra hacia el exterior, y que esta imagen contenga los que hoy son símbolos del éxito.

La intención de promover el consumo, inyectando en la sociedad fondos que supuestamente eran la materialización de la redistribución del ingreso, que provocaba el empoderamiento de las clases más sumergidas de nuestra sociedad, fue el vehículo que necesitaban para poder establecer el más corrupto de los gobiernos que se recuerdan en el país.

En realidad el empoderamiento no se hace a fuerza de subsidiar, ni de entregar beneficios sin ninguna clase de control, sino que tiene que ver con una forma de promover el cambio necesario en la psicología del individuo para generar en el la autoconfianza necesaria para empujar su ascenso social. Es decir tiene un componente social, puesto que implica la posibilidad el acceso a la base de la riqueza productiva, Político, porque implica el acceso de igualitario a los procesos de toma de decisiones, y Psicológico, porque implica una actitud de revalorización personal de cara a la sociedad.

Cuando hablamos del estado asumiendo un papel de instigador de la rebelión frente al orden establecido, utilizando en poder en toda su capacidad movilizadora, hablamos de poner en manos del ciudadano las herramientas necesarias para crecer en busca de su propio desarrollo, sin caer en la lógica liberal de la competencia, sino en la ética solidaria natural de nuestra sociedad.

La función del estado en este contexto es la de proveer los elementos, y provocar las condiciones necesarias para que los hombres se desarrollen en una dinámica de ascenso social, estimulando la necesidad de lograr mejorar sus condiciones de vida, como consecuencia de su esfuerzo personal en solidaridad con el resto de sus conciudadanos, y que los logros obtenidos sean causales de un nuevo esfuerzo, pero siempre en una actitud solidaria, para que los logros se colectivicen y se apliquen en una sociedad mejor.

El mero subsidio, y la exageración de la distribución económica solo son un reparto de caridades, que busca el sometimiento de las clases sumergidas a una cultura de toma y daca, destinada a promover el estancamiento del poder en unas poca manos. De esta forma el ciudadano se convierte en un simple cliente de una estructura poderosa destinada a crear una clase de oligarquía teñida de revolución.

No Es nada más que la aplicación de una lógica del control social, que consiste solamente en calmar el hambre, pero continuando con el sometimiento.

El verdadero empoderamiento consiste, no solo en subsidiar la pobreza, que sin lugar a dudas es parte necesaria del proceso, sino en generar en el hombre la capacidad de acceder a los espacios de generación de producción, que lo inserten en el proceso productivo participando de la redistribución de la riqueza.

Para esto es necesario que se recupere la educación, no como un servicio más, sino como un fin, el de brindar los elementos del conocimiento necesarios para la evolución social del hombre, donde la escuela no debe asumir el papel de contenedor al que se la ha relegado, sino el auténtico protagonismo que le corresponde como disparador, brindado la formación necesaria para comenzar un proceso de empoderamiento real.

La educación ha sido siempre la herramienta igualadora, nuestra clase media se formó a partir de la educación, porque a partir de la especialización se creó un mercado de mano de obra altamente calificada, con una educación técnica al niel de las mejores del mundo, una universidad que permitió que nuestra sociedad pudiera mostrar orgullosamente el nivel de sus científicos y profesionales, la mayoría de ellos provenientes de los viejo inmigrantes que llegaron a nuestro país en busca de un mejor futuro.

En ese proceso, sobre todo después de la reforma universitaria, y dentro del periodo democrático iniciado en 1916, el estado en sus funciono como el disparador de la rebelión, frente al conformismo, puesto de libero la capacidad creativa e intelectual de nuestra gente, poniéndola al servicio de la comunidad. En una etapa que Eduardo Mallea caracterizo como un ambiente de pureza cívica.

La educación, acompañada de la necesaria participación del estado como rector del proceso permitirá el acceso socializado a los medios de producción, que le permitirán lograr la primera etapa del empoderamiento que es la de la inclusión social.

El proceso de inclusión, en una sociedad productiva incentiva la participación del hombre en las decisiones políticas, porque comienza a comprender que el sostenimiento de las mejoras conseguidas, depende de los vaivenes de la política, y entonces comienza a apoderarse de su decisión, en forma independiente de las necesidades de las dirigencias políticas, provocando la renovación constante de la estructuras de decisión, que necesariamente pondrá los avances tecnológico obtenidos en el proceso al servicio de la sociedad.

Esto tendrá como consecuencia el estado psicológico del empoderamiento, la confianza del hombre en su propia capacidad de mejorar, ascendiendo en la escala social.

En todo ese camino el estado no puede estar ausente, porque es obligación del estado regular todo este proceso, para que la sociedad comprenda que no existe la posibilidad de la salvación individual, sino que todo forma parte de una construcción colectiva.

El kirchnerismo estuvo muy lejos de lograr esto, porque jamás tuvo la intención de hacerlo, lo único que pretendía era generar una nueva forma de oligarquía que reemplazara a la anterior estructura, privilegiando siempre a unos pocos y manteniendo sometidos a los muchos a quienes decía ayudar, transformándolos en clientes de la limosna, y siendo funcionales al peor capitalismo que necesita de pueblos pobres e incultos, para satisfacer su voracidad.