En el norte de nuestro país,
alguien se muere de hambre, porque no figura en una estadística por desnutrición,
sino que tiene “Bajo Peso”; un eufemismo inventado para ocultar uno de los flagelos
que los últimos 20 años de la Argentina no han conseguido desterrar; en el
centro y hasta el sur más lejano alguien se morirá de frio, porque por su condición
no puede acceder a ninguna forma de calefaccionarse, eficiente, económica y
sustentable; en los centros urbanos más poblados alguien morirá envenenado
lentamente, por residuos químicos arrojados sin control, filtrados hacia las napas
de agua; alguien morirá producto de la infección provocado por buscar en la basura
algo que dignifique su vida, en otros lugares del país morirán producto del
envenenamiento por los residuos químicos desechados por la minería a cielo
abierto.
Todos tendrán un hilo conductor
común, la mayoría serán niños o ancianos, la mayoría serán pobres, la mayoría no
tendrá educación.
En otras partes del país, un
exportador de granos decidirá que no va a liquidar las divisas de lo que
vendió, o un productor decidirá arrojar como basura su producción antes que
venderla al costo que impone el mercado, y un gobierno permitirá que la
perversidad de la intermediación destruya las ilusiones de mejora social, alguien
decidirá que no merecemos tener industrias y provocara una escalada de desempleo,
que el papel deberá ser más caro, y no habrá cuadernos, que no es suficientemente
caro el precio de la carne, que los intereses son demasiado bajos, que los
sueldos son demasiado altos, que la rentabilidad financiera es más importante
que producir, que no se necesitan científicos, que lo que se produce debe ser
poco para que se sostengan los precios, que los impuestos son demasiado bajos, que
la salud es demasiado barata, que los medicamentos no deben estar al alcance de
todos, que no importa, aunque baje el precio del petróleo el combustible será siendo
caro, que no necesitamos justicia.
Todos los que tomen las decisiones
tendrán algo en común, la mayoría serán ricos, la mayoría tendrá educación, la mayoría
no serán niños, ni ancianos, la mayoría no tendrá remordimientos.
Esto es lo que ocurre cuando la
cultura del exceso se consolida en el poder, se pierde la conciencia, la dimensión
del efecto que tienen las decisiones que se toman, en pro de obtener mayores
beneficios, políticos, económicos, sociales, concentrados en pocas manos.
Y el exceso consolidado en el
poder, sea político, económico, social, cultural, provoca que las sociedades se
dividan entre los que disfrutan de los beneficios, y el resto, generalmente la
mayoría, generando un modo de violencia sorda, que sin estallar termina que el
resto se arroje en las manos de quien ofrece las soluciones más rápidas, más
efectistas, y seguramente más inútiles.
Así en el proceso se muere la
gente, olvidada, callada, y anónimamente, sin que las tapas de los diarios les
dediquen más tiempo que el que necesitan para lastimar al poder, y menos del
que se necesita para crear la conciencia necesaria en el pueblo, y los
gobiernos justificaran el abandono culpando a los medios, y a los mercados, y
los empresarios culparán al gobierno o a los medios según convenga.
Entretanto en algún lugar del
país mientras alguien tira comida, otro se muere de hambre, mientras alguien
consume más energía de la que debe, alguien morirá de frio, mientras alguien
sigue tirando basura sin control otro morirá por una infección desconocida,
mientras tanto alguien decide ganar más de lo que debe alguien caerá en la
pobreza, casi sin solución de continuidad, inexorablemente.
Al mismo tiempo lo único que se
distribuye es la injusticia, lo único que se distribuye es el egoísmo social,
lo único que se distribuye es el odio.
Seguramente el que lea esto se
encogerá de hombros y dirá ¿y yo que puedo hacer?, la respuesta es TODO, tomar
conciencia, asumir la condición de ciudadano responsable de gobernar-se, con la
capacidad de exigir pacifica pero inexorablemente que termine al inmoralidad
del derroche, del abandono, de la pobreza, porque el país se hace entre todos,
o no faltara mucho tiempo para que desaparezca bajo el peso de nuestra propia
desidia.