sábado, 30 de mayo de 2015

Breve historia sobre la violencia (3ra. parte): "Están golpeando a mi puerta, pero es demasiado tarde"


La violencia de parte, no reconoce ámbitos ni objetivos, a veces pareciera que tiene que ver con el pasado animal del mono evolucionado que somos, que escondemos en algún gen, así como el color del ojos, el pelo, el tono de la piel, la talla, etc.; decía, un gen asociado con el acto violento, y que en determinadas situaciones sube a flor de piel y estalla, haciendo de nosotros el animal irracional que alguna vez fuimos.

Gracias a la evolución, algunos hombres (cuando digo hombres no me refiero al macho de la raza, sino a todos los seres humanos), no desarrollan el gen de la violencia…, creo que es la mayoría, y su desarrollo intelectual permite que existan limites, países, constituciones, leyes, magistrados…, que se ocupan de poner algunas cosas en su lugar, por acuerdo de una mayoría que elige la paz como forma de vida, pero en ese mismo ámbito donde una mayoría puede elegir la paz, hay algunos individuos, que lejos de poder vivir en comunidad deciden que sus instintos más violentos guíen su vida, y sus actos.

Pero hay una diferencia sustancial en el mundo animal, la violencia humana solo puede ser el producto de una emoción violenta durante unos pocos segundos, el resto implica un acto intelectual, no inteligente (por lo menos en el sentido popular de la palabra), es decir: se necesita hacer una valoración de la situación, y tomar la decisión de cometer un acto violento.

Cuando la violencia es un acto en grupo, esa elaboración intelectual, es además un acto terriblemente perverso, porque implica la existencia de un líder que decide realizar un acto violento, que convence a otros que valoran su interés como legítimo y valido, por lo tanto bueno, y deciden acompañarlo, o en el peor de los casos uniformemente detrás de él deciden acometer furiosamente, mientras el líder observa, como un general, la violencia desencadenada de su tropa.

Al tomar la decisión de cometer un acto violento, el hombre se convierte en un animal salvaje, que no puede adaptarse a la necesidad de actuar solidariamente, como implica desarrollar la vida dentro de una sociedad; cuando además, el ejercicio de esa violencia es un motivo de orgullo y decide vanagloriarse del hecho ante sus iguales, o peor, ante quienes considera inferiores, el violento se convierte en un inadaptado, que solo necesita una excusa que le permita iniciar el proceso mental que desatará la violencia, que no es más que el verdadero método de expresión que intelectualmente ha elegido.

La violencia del inadaptado no reconoce clases sociales, ni formación educativa, el violento no necesariamente se come las eses, sino que es un ente que en su desarrollo mental no adquirió la capacidad de distinguir entre lo moralmente bueno y lo moralmente malo, por lo tanto tampoco se le puede pedir una conducta que siga cánones éticos, y eso lo pone en un plano distinto de los otros entes humanos, la mayoría, que si lo pueden distinguir.

El individuo violento en realidad no es inmoral, porque ser inmoral implica que se reconoce lo bueno de lo malo, y se toma la decisión de hacer lo malo, lo que no necesariamente implica un acto de violencia; en cambio, el violento es amoral porque, en realidad el amoral, no sabe que la moral existe por lo tanto no puede reconocer entre el bien y el mal, lo cual lo convierte en un individuo peligroso para compartir la vida de la comunidad.

Lo peor de esto es que el violento amoral, se convierte en un instrumento en manos de los inmorales, y aquí es adonde uno quiere llegar, porque los últimos 50 años de la historia argentina han estado plagado de inmorales que han utilizado a los violentos en beneficio de sus intereses, o han vendido sus servicios a otros inmorales con más poder, que necesitan sustentarlo utilizando el beneficio del miedo, para proteger su “territorio”.

Este es el caso tan reconocible de las barras bravas, grupos de personas que deciden canalizar sus instintos violentos en los espectáculos deportivos, que suelen estar a disposición de los intereses de los dirigentes de turno, que además suelen recibir favores adicionales; el presidente de un club de futbol fue diputado nacional, en ese periodo un conocido barra brava, en proceso por asesinato, trabajaba en el ámbito del congreso, este dirigente político negó conocerlo, y saber quién era; lo más interesante es que el ex diputado también tiene aspiraciones presidenciales. También otro dirigente hace poco utilizó una barra brava para asegurarse el resultado de una convención política.

Esto, obviamente, no es una novedad para nadie, pero lo que sí es interesante es ver cómo es que la sociedad disocia los hechos de la personas, todos sabemos que las barras bravas tienen conexión con los dirigentes y con la política; pero no podemos asociar al político con los hechos, lo cual los pone en un espacio de impunidad, legitimado por una sociedad que no solo no los condena, sino, que además, los vota.

La problemática de las barras bravas, en nuestro país, es amplia y complicada, porque el problema de fondo está dentro de nuestra legislación, que ha sido elaborada por las mismas personas que utilizan los servicios de estas organizaciones, y la justicia que se ajusta a las necesidades del poder, en lugar de utilizar la fuerza de la jurisprudencia a la hora de interpretar y condenar los hechos violentos.

Pero además de esta violencia de grupos, está la otra violencia, la de individuos, que con la misma estructura intelectual que los otros, deciden ejercer la violencia contra la sociedad.

Me refiero a aquellos que dirigen sus actos en forma individual, contra los otros miembros de la sociedad con los que deben convivir, aquellos que consideran la violencia como el único método válido para la resolución de conflictos.

Este tipo de violentos son quizá los elementos más nocivos de la tabla periódica de la violencia, porque además de su amoralidad, tienen la habilidad del psicópata de envolver a las víctimas para esconder sus verdaderas intenciones, y que además suelen tener la protección y, cuando no, la complicidad del poder y la justicia.

Lamentablemente los cánones sociales de nuestro país, siempre justificaron a estos violentos, a los que matan en un robo, a los conductores homicidas, a los que asesinan, secuestran a los que abusan de menores, a los criminales de género.

Son estos últimos, los violadores, los asesinos, y los criminales de género, aquellos que creen que su forma de ejercer la violencia está justificada por la reacción del otro y, que de algún modo, gozan de la protección de la sociedad, basada en prejuicios de años que arrastramos en nuestra educación.

Cada vez que una violación es perpetrada hay algún sector de la sociedad que puede decir algo, si es contra un menor, una parte de la sociedad se pregunta ¿dónde estaban los padres?, o si la mujer estaba vestida provocativamente, o si a lo mejor era una libertina, que se lo busco, si se trata de un caso de violencia de género, la sociedad pregunta, ¿qué le hizo?, ¿porque lo provocó?, ¿Por qué en lugar de denunciar no protege la institución familiar?, terminando invariablemente sentenciando, con la frase más famosa de la Argentina, “Por algo habrá sido”.

La justicia termina siendo funcional a este tipo de conductas sociales, porque también está contaminada por el mismo tipo de prejuicios y preconceptos que el resto de la sociedad, aunque también la legislación termina por proteger a este tipo de violentos, por los mismos prejuicios culturales.

Pero los que creemos que ningún tipo de violencia es válida somos más, ¿entonces, como es que no podemos imponer nuestra visión común?, ¿Cómo es que no podemos conseguir que la ley y las instituciones nos protejan?.

El problema está en nosotros mismos, en ejercer la responsabilidad que nos compete como sociedad, en no ejercer el protagonismo que la democracia nos otorga, en creer que haciendo como el avestruz las cosas no pasan, en permitir siempre, por el solo hecho de creer que todo está resuelto en otros niveles, y que no tenemos peso en la decisión.

A pesar los 30 años de democracia más o menos estable, seguimos sin comprender que somos nosotros los que ponemos a nuestros gobernantes, que se deben a nosotros, el pueblo, y tenemos el poder de cambiarlo todo, porque es del pueblo el poder hacerlo así.

No habría violencia posible de ningún tipo si la sociedad no se desentendiera de esta problemática, si no sumiera la responsabilidad de impedirla, porque si no es así, se harán miles de marchas, y las cosas seguirán iguales, y habrá una mujer muerta cada 30 horas, y nuestros hermanos originarios seguirán siendo asesinados, y nuestros abuelos seguirán siendo estafados, y los niños seguirán siendo abusados, y los barras bravas seguirán exhibiendo su impunidad y la violencia no cesara nunca.

Por eso es importante recordar el final de aquel viejo escrito, que se le atribuye a Bertold Brech “…Ahora están golpeando mi puerta, vienen a llevarme a mí, pero ya es demasiado tarde.”.-

Carlos Gowland.

martes, 26 de mayo de 2015

Breve historia de la violencia Argentina (2da parte)


Pequeña noticia sobre el concepto de violencia

Antes de continuar con esta aburrida relación de cosas ocurridas a lo largo de la Historia, quiero aclarar que es lo que entiendo como violencia.

Violencia es quitarle a alguien el derecho a la felicidad, ya sea por el insulto, la discriminación, el abandono, o la violencia física, privarlo de sus derechos, ignorar sus reclamos, por eso que

No poder acceder a la salud es un hecho violento...

La desnutrición infantil es un hecho violento...

No poder acceder a la educación es un hecho violento...

La falta de bienestar de un jubilado es un hecho violento...

Los crímenes que no se resuelven son hechos violentos...

Un policía corrupto es un hecho violento...

Un funcionario corrupto es una situación violenta...

El juez corrupto es violento...

La militancia intolerante es violenta...

Porque violencia es todo aquello que nos conmociona, que nos priva del espacio de felicidad al que tenemos derecho, que daña a algún congénere de cualquier forma, y que injustamente lo priva de su posibilidad de realizarse y crecer como ser humano.

LA VIOLENCIA RELIGIOSA

En la nota anterior, no hice referencia, de exprofeso a esa violencia cuyo principal objeto es el religioso, porque a lo largo de nuestra historia, linealmente aparece continuadamente, a veces como un aditamento de los otros odios, con el propósito de profundizarlos aún más.

El odio religioso fue fomentado en la Europa medioeval, y trasladado a América junto con los conquistadores, fue el medio por el que, tanto la iglesia como el estado monárquico, resolvieron sus cuentas, la riqueza incautado a Judíos, Musulmanes, adoradores del demonio, perseguidos por la inquisición, apoyada en el peor oscurantismo sirvió para saldar las cuentas a pagar con los banqueros.

La violencia inquisidora empujo al exilio a miles de Judíos, que al no tener paria ni refugio, se convirtieron forzadamente al cristianismo, muchos practicando en secreto su religión, el largo brazo de la inquisición los persiguió hasta América, donde sufrieron las mismas persecuciones y tragedias, muchas veces por las delaciones alentadas por el poder conquistador, muchas veces para cancelar una deuda era preciso denunciar al acreedor de judío encubierto, o para quedarse con sus bienes, la Inquisición hacia el resto, veces por una módica donación como reconocimiento.

Pero no fueron los Judíos el único objetivo de esta violencia, durante los albores de la edad moderna, y siendo Carlos V emperador, los excesos de la iglesia, provocaron la reacción de un grupo de religiosos alemanes, muchos de origen jesuita, liderados por Lutero, enarbolo sus 95 tesis, como una bandera contra los excesos de Obispos y otros protegidos del Papa.

Había nacido la reforma, y con ella la iglesia "Protestante", también la respuesta intolerante del poder eclesiástico que aliado a las monarquías reinantes, en lugar de asumir que las críticas realizadas por Lutero debían ser analizadas y respondidas, eligió reprimirlas lo más violentamente posible.

La iglesia de la reforma, se consolida, pero en el resto de Europa, la condición de protestante se difundía, y se reprimía, sobre todo en la España colonialista; así que, muchos fieles de la nueva religión emigraron a la América recién descubierta buscando la posibilidad de poder practicar se fe en paz, pero no fue así precisamente, muchos fueron obligados a convertirse al catolicismo, asumiendo con la condición de "Marrano", una forma de discriminación que contenía en si la sospecha de la sociedad de bien, sobre la dignidad del converso.

La sociedad colonial, más preocupada en Buenos Aires por el contrabando que por estas cuestiones, al principio hacia poco caso de las órdenes de la inquisición; hundida en el barro Buenos Aires estaba sola, lejos de la opulencia peruana, y mucho más lejos de la mexicana.

Aquí la discriminación religiosa comenzó mucho después, cuando la voracidad de los comerciantes porteños, necesito quitarse competidores de encima, entonces la sospecha sobre los extranjeros llegados a estas tierras se hizo sentir, hasta la época de la emancipación; de todos modos el poder colonial tenia ordenes especificas del monarca, de vigilar a los judíos, y a los protestantes, y no permitirles la práctica religiosa, que una convertidos al catolicismo se hacía en privado.

La llegada de la independencia, planteó un nuevo desafío, el de la tolerancia religiosa, en oposición a la intolerancia colonial, y las discriminaciones por cuestiones religiosas, la necesidad de empréstitos por suscripción, ofrecidos a los comerciantes más importantes muchos de origen extranjero, sobre todo británico, obligo a la tolerancia, aunque no eliminó de la conciencia popular la sospecha sobre aquellos que profesaban la fe de una forma distinta.

Las ceremonias religiosas de los esclavos, eran vistas como bacanales desenfrenadas e inmorales que se hacían de noche y a escondidas; a los esclavos se les catequizaba en el culto católico, lo que dio origen a un sincretismo religioso donde se mezclaban las viejas costumbres africanas con la religión adoptada, expresando una desmesurada fe, que tuvo su mayor expansión en el territorio Brasilero.

En el período Rosista fueron tolerados porque en el candomblé se sumaba la exaltación a Rosas y su Mujer, casi como parte del santoral.


Cuando al fin del siglo XIX, el exterminio de los aborígenes de la pampa, hizo posible el reparto indiscriminado de la nueva tierra conquistada, y se impulsó la inmigración, llegaron al país hombres de todos los orígenes, Protestantes, Judíos, Mahometanos, Ortodoxos, Ultra católicos, se produjo un choque cultural que puso bajo sospecha a los profesantes de los credos no católicos; principalmente a los Judíos, a quienes además se les sospechaba se anarquistas, socialistas, participes de una conspiración internacional para quedarse con la Argentina.

Los Evangelistas, si bien no fueron tantos en número, eran vistos con desconfianza, porque su forma de practicar la fe cristiana, era sustancialmente distinta de la formalidad católica, y su idea de la vida comunitaria, posiblemente por su escaso número, implicaba mucho compromiso entre la iglesia y sus fieles, sobre todo en lo que hacía a la ayuda entre la comunidad de una congregación.

De todos modos también fueron puestos bajo sospecha, porque la influencia de la Iglesia Católica sobre la sociedad más tradicional, conservadora en cuestiones de Fe, provocó que todo aquello que fuese distinto en materia religiosa debía ser puesto bajo sospecha, además en nuestra constitución estaba permitido el ingreso a la función pública solamente a aquellos que, además de ser ciudadanos, profesaban la Religión Católica.

Los Evangelistas no reconocían al papa, no veneraban las imágenes de los santos, no acompañaban la procesiones, no comulgaban, no se confirmaban, no practicaban la misa, eran diferentes, por lo tanto se los segregaba, más elegantemente que a los judíos, pero era así.

Como corolario, en alguna época de exacerbado nacionalismo se consideró que las religiones evangélicas, eran funcionales a los imperialismos estadounidense o inglés, exceptuando de esto a la Iglesia Luterana que por su origen alemán era vista con mayor simpatía.

El Islamismo, no fue tan cuestionado, porque en realidad los practicantes de la religión eran mucho menores en cantidad que el resto, gran parte de la inmigración de oriente provino del Líbano y Siria, eran mayoritariamente Católicos Ortodoxos, primos hermanos de los católicos romanos.


En los años de la revolución comunista, ser Judío implicaba ser sospechoso de anarquista, o comunista, miembro de un movimiento disolvente que aspiraba a corromper las bases más firmes de la sociedad argentina, para establecer un estado socialista y totalitario.

En el periodo de crecimiento del nacionalismo, increíble, y contradictoriamente, los mismos que los acusaban de comunistas decían que los judíos eran un poder económico que, por efecto de su capital, buscaba apoderarse de las riquezas y hacerse del poder político y económico, acumulando para si las riquezas del pueblo, sumando a esto la intención de apoderarse de la Argentina para fundar un estado Judío, por ahí circulan todavía los apócrifos "Protocolos de los sabios de Sion", en los que se apoyaban tales mentiras.

Durante los periodos totalitarios en la argentina, se incentivó el odio religioso, sobre todo en el periodo de la preguerra mundial y durante el auge del Nazismo alemán y el Fascismo Italiano.

Durante el Gobierno de Perón también se alentó la intolerancia religiosa, la Alianza Libertadora Nacionalista, dirigida por Queraltó primero y por Kelly luego, bajo la protección de Perón, fomentó el odio hacia la población Judía, por los mismo motivos de siempre, es más fácil encontrar un culpable de nuestros males, que dedicarnos a solucionarlos.

La caída de Perón y la desgracia del nacionalismo, no soluciono el problema, la sospecha sobre los que tenían una fe distinta, quedó enquistada en la sociedad, la conducta de los gobiernos militares no ayudo en nada, puesto que eran más intolerantes que aquello que decían combatir.

La sociedad argentina, aún hoy sigue propensa a la discriminación religiosa, ser evangelista, Mormón, Menonita, Judío o Mahometano, implica ser visto como diferente, por lo menos alienta la mirada curiosa sobre el hombre que practica la fe, y esa mirada "curiosa", casi siempre está acompañada del comentario descalificador, que no es más que una forma sutil de violencia.


Durante la dictadura militar ser judío era ser objeto de las peores torturas, el ensañamiento con el que se torturaba a los Judíos, era mucho mayor que con el resto de los detenidos, a veces solo se los torturaba por el hecho de ser Judíos, el caso Capitman es una muestra de ello.

La sospecha social sobre los judíos sigue latente, como antes y siempre oímos en grandes sectores de la sociedad, comentarios xenófobos y conceptualmente violentos. ¿Quién no ha escuchado cosas cómo?: "Hitler se equivocó, debió haber matado a doce millones de judíos", "judío de M....", "Los judíos son todos Ca....s", "Los Judíos se quejan, pero ellos se auto discriminan", etc., etc., etc....

A pesar de esto en nuestro país la tolerancia interreligiosa fue mucho mayor que en otros países del mundo, aquí, Evangélicos, Anglicanos, Judíos, Mahometanos, Budistas, tuvieron la posibilidad de acceder a la Educación, el trabajo y el progreso, muchos se desarrollaron como científicos, escritores, empresarios, políticos, artistas, etc.... De todos modos esto no disculpa la forma violenta en la que la sociedad se ha comportado y se comporta aún con aquellos que no profesan la Religión Católica.

Cuando comencé esta nota explique que consideraba como violencia, y me parece importante, en esta serie de artículos que decidí escribir sobre el tema, sin ser un erudito, que podamos analizar este problema que nuestra sociedad parece no comprender hasta donde puede corroer las bases de la nación, porque al poner al otro bajo sospecha, mantenemos una situación de violencia latente, que a veces solo necesita un justificativo para desatarse.
Hacer un raconto de la violencia en la sociedad argentina es absolutamente necesario, sobre todo porque la violencia social es el producto de los prejuicios que arrastramos como país a lo largo de la historia, que solo buscan encontrar un culpable de nuestras frustraciones comunes, sin ponerse a reflexionar sobre los errores colectivos que hemos cometido.