El panorama político ante el que se
encuentra la UCR, nos pone ante la posibilidad de la disolución del partido, o,
estamos asistiendo a la construcción de un nuevo sistema político don donde no
importa la pertenencia ideológica, sino el pragmatismo exitoso de la
estrategia.
Ante cualquiera de esta
posibilidades, el Peronismo gobernante ha sido tan exitoso que ha trastocado
completamente la vida política del país, en un proceso iniciado por Menem en
los 90, profundizado por el Duhaldismo,
y cristalizado por el Kirchnerismo, creó una forma de hacer política donde no
importa ningún tipo de ideología, o de pertenencia política, sino solo el éxito
que se consigue, atravesando la división vertical de los partidos político
tradicionales.
El problema con esto es que se
creado una forma de oligarquía política que solo se sostiene, a partir de la
volubilidad de la dirigencia, que muda de agrupaciones políticas, pretendiendo
seguir siendo parte de sus orígenes, argumentando la incomprensión de la
dirigencia, de tal forma que si este nuevo intento fracasara puede volver o
irse nuevamente, en la medida que esto permita seguir conservando el poder, y
el espacio personal.
Desde los 90 ningún dirigente que
estuviera en una línea aparentemente critica, o de cambio permaneció dentro de
la UCR, intentando luchar desde dentro para sembrar el germen de cambio,
simplemente optaron por el camino más simple, logrado un espacio de
espectabilidad, se fueron del partido hacia otras agrupaciones, o crearon las
suyas propias solo con el objetivo de mantenerse como protagonistas excluyentes.
Dentro del peronismo, o del
justicialismo, si se prefiere, pasó más o menos lo mismo, pero a diferencia de
la UCR, y a pesar de haber sido los responsables primigenios de muchos de los
males que aquejan al país, el justicialismo crece, porque naturalmente se
desenvuelve en una especie de caos político, aparentemente democrático pero en
el fondo autoritario, que termina por encolumnar a todas sus variantes a la
hora de atravesar momentos políticamente difíciles, porque no comprende ninguna
forma de conducción que no se base en la preeminencia de un líder, lo
suficientemente fuerte como para sostenerse en el poder político, hasta que una
nueva traición cambie el sentido del viento y haga girar la veleta.
Así el kirchnerismo logró en un
momento atraer a dirigentes radicales, que luego mudaron hacia la oposición, y
que actualmente mudan hacia el sector de Massa, aunque se sigan reconociendo
como radicales, u otros se viste de amarillo porque hacia allí también pueden
soplar vientos de triunfo.
Esta volubilidad de la dirigencia,
que no deja de ser una forma inmoral de engaño a los ciudadanos, esta originada
en la propia constitución, puesto que al permitir las reelecciones de los
legisladores, de todos los niveles, y de los ejecutivos, provinciales y municipales,
en algunos casos en forma indefinida, se transforma en la excusa suficiente y
necesaria para que, ante la mínima posibilidad de verse vencido en la contienda
electoral, permita mutar lo suficiente como para seguir manteniendo una
supuesta identidad pero estando a la sombra de quien, en el arrastre provea a
la victoria, y, obviamente, al
mantenerse triunfante ponerse en posición de exigir tales o cuales ventajas.
Esta forma de hacer política es
propia de un país que no tiene ya un rumbo político cierto, donde todo se hace
a contramano e improvisadamente, en busca de una justicia social, necesaria y
de una justa redistribución del ingreso, se generan espacios clientelares, que
lejos de producir una forma de mejora que pueda representar el puntapié inicial
para lograr la tan necesaria movilidad social ascendente, produce un
estancamiento propio de aquellas sociedades dependientes, que solo buscan
mantener un estatus quo, donde se mantengan sumergido amplios sectores, que
resultan funcionales a una forma de capitalismo imperante sin ninguna clase de
conciencia social, para mencionar alguno de nuestros males.
La clase política argentina, o una
buena parte se ha vuelto funcional a esto, solo basta con recorrer los
distintos pueblos del país y ver que a pesar de haber soportado momentos
durísimos, que son responsabilidad exclusiva de la dirigencia política, los
mismos dirigentes siguen estando en los mismos lugares, más arriba o abajo en
una lista, pero siempre están los mismos personajes que tienen o han tenido
algún grado de participación en los sucesivos fracasos.
Es necesario y urgente que la forma
de hacer política se modifique, porque treinta años después nos encontramos con
una clase política ahora obsoleta, y con partidos avejentados, que no han
sabido resolver los problemas fundamentales del país, y los ha convertido en
espacios excluyentes.
Pero los cambios en el sistema los
debe hacer la sociedad, desde su necesidad de ser auténticamente representada,
y empiezan desde los pueblos, que son la base constitutiva de cualquier país. Los
hombres se agrupan en pueblos donde eligen vivir, y desarrollan un sentido de
pertenencia, y es de los pueblos desde donde deben plantearse los cambios que
modifiquen el panorama político.
No habrá cambios posibles si estos
no parten de los propios pueblos, es decir de la gente en su posición de
mandante, ejerciendo presión sobre sus mandatarios, obligando a que estos sean
auténticamente representativos de su voluntad.
La génesis del cambio está allí,
pero implica un cambio de actitud de la sociedad, que debe asumir su rol de
protagonista, en tanto que es el origen y el destino de cualquier acción de
gobierno, por eso es que la participación popular, desde el propio municipio
adquiere una relevancia fundamental.
La participación, no solo en la
política, sino en las entidades intermedias termina por ser un arma excepcional
del ciudadano cuando este adquiere real conciencia de su poder, puesto que es
desde su núcleo social básico, es desde donde puede modificar ascendentemente,
su forma de vida, mejorar su hábitat, ascender en su educación y satisfacer sus
necesidades básicas.
La participación comunitaria puede
ser una parte importante del cambio, porque ejercer presión hacia arriba es la
única forma de modificar esta realidad política, que provoca que nuestra
riqueza como sociedad, se pierda en los pasillos de los ministerios, de las
legislaturas, de los municipios, y de los concejos deliberantes, donde se toman
decisiones que modifican nuestras vidas, ante la total ausencia del único
protagonista y destinatario de los errores y de los aciertos, el ciudadano.
El protagonismo ciudadano es la
única arma posible, que puede esgrimir el pueblo en su defensa, pero no solo se
trata de golpear cacerolas, sino de participar activamente, en todos aquellos
ámbitos donde se pueda modificar esta realidad política, e impedir que el
comportamiento hegemónico, siga haciéndose de los beneficios del poder, a sus espaldas.
Nos corresponde a los que
participamos en la política, y que vemos como se ha desvanecido y
desprestigiado la política como actividad, sembrar conciencia en el hombre,
mostrándole cual es el verdadero camino del cambio.