Las elecciones actuales deberían servir para poner sobre el tapete, la existencia de un problema municipal, preexistente en la Provincia de Buenos Aires, desde que el régimen interpretó que el estado provincial debía retener para sí todo el poder político del territorio, en desmedro del municipio.
El Cabildo, Municipio Original
Con esta decisión se dio por
tierra con cientos de años de autonomía municipal, consagrada en los cabildos,
que tenían potestades de Gobierno, Justicia y Regimiento, esto último en el
sentido legislativo del término, la lejanía del poder central español permitió
que esa autonomía de los cabildos se consolidara, puesto que era el que debía
asumir, por proximidad, las funciones del estado en manos de un ausente
monarca.
El poder de los cabildos, luego
de la independencia, debía ser consolidado y reafirmado, puesto que la
proximidad con el ciudadano permitía, que se lograra, no solo un verdadero
federalismo, consistente en los hechos,
sino una forma de poder auténticamente representativo desde la base poblacional
que significaban las ciudades, aisladas, además por las grandes distancias y la
dificultad de las comunicaciones.
Pero el poder político de la
época, con el consenso de todos los sectores políticos, en 1821 decidió
eliminar los cabildos, en contra de cualquier tesis razonable excepto una, todos
temían por su poder (por eso Rosas tampoco reinstauró el sistema de cabildos),
en lugar de reconvertirlos para avanzar hacia un sistema municipal más moderno.
Ataúlfo Pérez Aznar, en un trabajo
sobre el pensamiento federal del radicalismo, insistió coincidentemente a la
tesis de Ramos Mexía, que reconocía que los orígenes del federalismo nacional debían
encontrarse en las administraciones locales, es decir en los cabildos, lo mismo
afirmo Federico Fernandez de Monjardín, en un trabajo sobre el problema
municipal, donde, además afirmaba que la convicción de la naturaleza autónoma
del municipio era parte de los principios que el radicalismo sostenía y debía
reafirmar.
No es casual que la doctrina
radical crea en la autonomía municipal, o como lo llamo Monjardín en el
municipalismo, como parte de la doctrina, además de entender que la observación
de la conducta humana fuera de los condicionamientos que impone la política,
permite afirmar que La autonomía es una consecuencia del carácter libre del ser
humano.
La libertad del hombre se traspasa a la ciudad
en forma de autonomía.
El Hombre es un animal
naturalmente libre, como muchos otros, pero es el único animal que puede
intelectualizar la libertad, si entendemos como la libertad es la capacidad que
el hombre tiene de decidir, y ejercer esa capacidad sabiendo que este es el
único instante en que es totalmente libre, luego las consecuencias de sus decisiones,
buenas o malas, serán las que regirán su destino.
Esa capacidad de ejercer la
libertad, se ejerce a través de una valoración cualitativa de las causas,
condiciones y posibles consecuencias, acto intelectual propio e individual, es
decir autónomo.
¿Qué tiene que ver esto con la naturaleza de la
ciudad?:
La naturaleza intelectual del
hombre, se traslada al ámbito donde se desarrolla, si imaginamos un posible
escenario de la evolución, podemos obtener conclusiones que por no ser
académicas, son interesantes para la política.
El hombre es un animal gregario
desde su origen, es decir se relacionaba en manadas, eligiendo el contacto con
otros de su misma especie, tomo posesión del espacio como consecuencia de la
evolución, y la movilización a través de los continentes, posibilito que en
cada lugar del mundo se desarrollaran hombres con características diferentes,
pero con igual capacidad de intelectualizar la experiencia transformándola en
conocimiento, así las manadas se convirtieron en tribus, la relaciones se
hicieron mucho más complejas estrechándose entre los hombres de la tribu, esta
protegía a sus crías, proveía el abrigo, establecía territorios de caza, y
rutas migratorias cuando la escases de alimentos lo requería.
Cuando el hombre encontró que los
condicionamientos ambientales lo obligaban a establecerse, se hizo hábil en el
manejo de las herramientas, se convirtió en agricultor, y paulatinamente la
caza se convirtió en cría de animales, el aprendizaje permanente en cultura, el
hombre nómade devino en sedentario, su capacidad de comprender lo adueñó del
paisaje, y paulatinamente lo dominó, a su conveniencia, estaba estableciéndose
en un lugar permanente, nace la aldea, una evolución natural de la comunidad
tribal, y la existencia de la aldea obligaba a establecer, códigos de
comportamiento, autoridad organizativa, es decir reglamentos que permitieran
que la comunidad viviese en una forma de armonía, el hombre en su capacidad de
analizar y valorar, acepto limitar su libertad, como forma de permitir la
convivencia entre todos los miembros de la comunidad.
Las aldeas dominaban el
territorio circundante, las autoridades se convirtieron en gobiernos, y los
hombres desarrollaron un sentimiento de pertenencia, hacia un lugar donde se
reconocía el origen común, porque el primer sentido patriótico del hombre tiene
que ver con su terruño, el original, las aldeas se gobernaban así mismas, y con
el tiempo evolucionaron en ciudades, se dieron instituciones más evolucionadas,
y por su crecimiento se convirtieron en estados, las ciudades fueron estado
antes que existieran las naciones; dieron origen a las naciones.
Las naciones fueron posteriores a
las ciudades, y su origen es parte de la evolución de las ciudades, aunque en
su proceso de consolidación intervinieron otros factores, que no son los que
nos interesan aquí.
Lo que mantuvo al hombre como
parte de la ciudad, y afianzo su pertenencia a ella, fueron los lazos
solidarios que desarrolló con otros hombres, cuyas afinidades, costumbres, y
cultura eran iguales, lazos que implicaban los mismos derechos, y las mismas
limitaciones impuestas por el conjunto, que contribuyeron a facilitar y
elaborar una cultura social común.
Los hombres se afincaron en las
ciudades, DECIDIENDO ser parte de la comunidad, aceptando libremente poner
limites a su propia Libertad, para favorecer el desarrollo del conjunto
estableciendo un laso solidario con el resto de los hombres de la comunidad.
Pero le dio a la ciudad el carácter distintivo de la especie, el sentido de
libertad, su capacidad de decidir, traspasado a la ciudad se transformó en
autonomía, la capacidad de decidir del conjunto, de darse normas e
instituciones propias, distintas de otras ciudades.
La ciudad de la conquista y la colonia
La historia de la colonización
española no fue tan diferente a esta evolución, la Europa pos feudal, necesitaba
un impulso diferente, las continuas guerras habían agotado los tesoros reales,
particularmente España, enfrascada en la reconquista del antiguo territorio,
invadido por los árabes, había concluido su lucha, y los proyectos de expansión
de los reinos eran ahora algo más posible, la mejora en las artes de la
navegación, y necesidad de retomar el comercio con los países de oriente, por
otras rutas más seguras, lanzaban a los hombres nuevas aventuras.
Así el descubrimiento de América,
que implicaba el descubrimiento de riquezas fabulosas, desarraigó de la vieja
España, a grandes cantidades de hombre y mujeres, trayéndolos a estas tierras, tras
la promesa de una vida de abundancia. El trasplantar la instituciones
monárquicas tradicionales, para gobernar a estos hombres resultaba, no
improbable, sino, imposible, el ánimo centralista de España tampoco lo
permitiría, así la legislación de indias se dictaba por el legislador en un
reino tan lejano, como desconocido era el legislado.
Los gobernadores, designados por
contrato en la persona del conquistador, nobles aventureros caídos en
desgracia, se dedicaron a la rapiña de las riquezas autóctonas, y los colonos
que buscaban en América, de buena fe, un nuevo futuro; mejor que el que podía
darles la Europa monárquica; quedaron de algún modo abandonados a su suerte,
sobre todo en los limites mas lejanos, como era el rio de la plata.
La pobreza de recursos minerales,
y la mayor lejanía de los centros más ricos de los virreinatos, debió
desarrollarse casi en soledad, teniendo como referencia gubernamental más
cercana al Cabildo, que se desarrolló en una suerte de sincretismo político, lo
que le dio un carácter propio, diferente de la misma institución existente en
los centros más ricos, como Lima, México, la misma Chuquisaca.
En el Rio de la Plata florecían
al mismo tiempo Los cabildos, que por su características propias, tenían una
autonomía mayor de la corona que otros, cuya comunicación con España resultaba
mas fluida y productiva, en términos económicos; y las misiones, que por su organización,
representaban para la burguesía colonial, una peligrosa forma de empoderamiento
aborigen, que podía amenazar la economía y el poder de los blancos, que tenían
también una forma de gobierno, que por estar atada a la Compañía de Jesús, era
propia y autónoma, del poder real.
El cabildo es el germen del
federalismo, porque los cabildos se desarrollaban en forma autónoma unos de
otros, y el sentido de pertenencia de los hombres y mujeres, identificados en
ese patriotismo primigenio, era parte del carácter municipal del virreinato.
No nos olvidemos, que la
revolución por la independencia, fue originada en un Municipio, el Cabildo de
Buenos Aires, y su primer Adhesión fue dada por otro, el de Luján, y como
catarata el movimiento cosecho, a veces dificultosamente, las adhesiones de los
cabildos del interior, sin cuya aprobación la independencia hubiese sido una
entelequia difícil de alcanzar, lo importante de esto es que sin el carácter
transitivo del sentido humano de la libertad, tal autonomía de decisión no
hubiese existido nunca.
La importancia histórica del
cabildo, en el sistema político, resulta indispensable para analizar el
¨problema municipal” (como lo llamó F. F. de Monjardín), porque si no resulta
poco comprensible entender porque el Municipalismo es un eje central de la
doctrina Radical, como también del más auténtico federalismo, y el mejor
vehículo para el ejercicio real de la democracia.
El problema Municipal en la Provincia de Buenos
Aires
La provincia de Buenos Aires,
como dijimos más arriba, elimino en 1821 el sistema de cabildos, y resultó un
hecho poco comprensible, según afirmo la academia nacional de la historia, dado
que se dio en un período donde los cabildos coloniales se reconvertían en
municipios, y que tampoco el poder federal posterior supo comprender cuál era
su verdadera importancia, como tampoco lo vieron los constituyentes de 1853,
que no consagraron el régimen municipal autónomo, hasta que se incorporó en la
reforma de 1994.
A pesar de esto, en la provincia
de Buenos Aires, los pueblos existentes en el período de la lucha contra los
aborígenes gozaban de cierta autonomía política, obligada por las necesidades
militares de la conquista, y la necesidad de los gobiernos provinciales de
sostenerse en su poder, pero con instituciones ciertamente devaluadas, por las
permanentes acciones fraudulentas de sus gobernantes.
La federalización de Buenos
Aires, separó al radicalismo provincial del de su capital, allí Yrigoyen que
cimentó su poder en los municipios de la provincia, pudo vislumbrar la
importancia que tenía la autonomía del municipio, porque entendió con el
permanente contacto con los hombres de la provincia, que el poder se adquiría
solo y cuando las bases estaban dispuestas a cederlo, y que esto dependía no
solo de su magnetismo, sino de la representatividad que cosechaban los hombres
que dirigían los comités de los pueblos de la provincia, allí fue donde
consolido su liderazgo, y elaboro sus planes revolucionarios, y comenzó la
lucha que lo convertiría luego en Presidente de la Nación.
Este poder político Municipal
debía ser aplastado por el régimen, y Fresco durante la década infame se
encargó de hacerlo, la Ley Orgánica de Municipalidades es la prueba de ello,
una ley que condiciona la vida municipal sin entender, ni diferenciar, las
distintas características de las poblaciones de la provincia, solamente con el
objeto de suprimir y reprimir el poder político propio del carácter autónomo
natural de los municipios.
A pesar que en 1994, la autonomía
municipal fue consagrada por la reforma constitucional, la Provincia de Buenos
Aires no ha resuelto consagrar la plena autonomía municipal. Lo cual transforma
el tema no solo en una cuestión ideológica, sino en un verdadero problema que
no ha tenido solución a lo largo de los años, y que consecuentemente con la
lógica del poder, se agrava continuamente.
En la provincia de Buenos Aires
por su extensión, la relación entre el interior y el gobierno de la provincia
siempre es difícil y tortuosa, lo inverso ocurre con el gobierno provincial y
el nacional, cuya proximidad corrompe el normal funcionamiento de las
instituciones políticas provinciales.
El poder político central nunca
ha querido que el municipio en la Pcia. De buenos Aires fuera Autónomo, porque,
porque la autonomía implica invertir el esquema del poder político provincial, dificultando
la practica tradicional de imponer como gobernadores a delegados, más o menos
pusilánimes, del gobierno nacional.
Buenos Aires no es un provincia
que pueda gobernarse fácilmente sin el apoyo municipal, por eso es que se
sostiene el actual sistema, puesto que permite mantener de rehenes a los
municipios, a través de la dadiva, de planes y programas provinciales de dudosa
ejecución, y que mantienen de rehenes a los intendentes, y por consecuencia a
los pobladores, convirtiéndolos en meros clientes de la Política.
Porque es importante reeditar la discusión
Municipal
La discusión municipal es
importante porque implica, recuperar el poder para los pueblos, no en una
suerte de anarquía política, pero si en un esquema donde la democracia se
ejerza desde el pueblo hacia los estratos superiores, y no donde el poder
centralizado de la provincia decida por sobre la voluntad de los habitantes de
los pueblos, su evolución y su destino.
Hasta ahora, desde que F. F. de
Monjardín en los años 50, puso sobre el tapete la discusión sobre el problema
municipal, no se ha logrado una seria discusión del problema, y siempre a pesar
de la evolución política y social, se girado en torno a la propuesta que el
hiciera por aquellos años.
La propuesta de Monjardín, entendía
que debían diferenciarse los municipios por sus características socio
poblacionales, no eran lo mismo, los municipios rurales, eje de la producción
de la provincia, que los municipios denominados grandes, de las mega ciudades,
y que no podían estar sujetos a la misma legislación, sino que debía existir
una autentica diferenciación entre estos, porque las características propias de
cada uno implicaban formas diferentes de organización local.
Monjardín creía que esto debía
plasmarse en una ley que contemplara, las posibles morfologías sociales,
políticas y económicas, de los municipios, que permitieran una mayor autonomía,
pero que no implicaran una concreta inversión del poder, aunque su proyecto
contemplaba, otorgar al municipio herramientas de gestión y legislación más
amplias y profundas, trasladándole incluso funciones de justicia.
A pesar de lo importante de su
proyecto, este no prosperó, ni siquiera en el Gobierno de la UCRI, en el que
fue Presidente de la HCDN.
La realidad es que entiendo, y es
una apreciación personal, que este proyecto, si bien era tan brillante como su
creador, era insuficiente, porque a pesar de mejorar la relación de autonomía,
no la consagraba en su totalidad, y el peso del electorado de unos municipios,
sobre el resto seguía manteniendo un valor decisivo para la política central.
La importancia de reeditar la
discusión pasa por la cuestión central de la política que es el empoderamiento
del pueblo, por sobre las dirigencias clientelistas, y los nepotismos construidos
en los últimos años; Discusión que gire en torno a la necesidad que el
municipio deje de ser un espacio de poder delegado para ser el poder delegante.
La discusión municipal que nos debemos
Los Radicales nos debemos las
discusiones importantes, que nos permitan reformular la doctrina política, en
materia municipal, debemos poner sobre la mesa, no solo el sistema municipal,
sino la construcción de un federalismo que modifique realmente el sistema político
provincial, invirtiendo las relaciones de poder existentes.
Personalmente imagine siempre a
la provincia de Buenos Aires como una Federación de Municipios constituyentes
del estado provincial, a partir de la voluntad de sus habitantes, lo que implica
el reconocimiento de un régimen municipal autónomo del que nace la voluntad
popular.
Esto implica reconocer que los
actuales municipios sean reconocidos como el protoestado, que realmente es, que
a través de la voluntad constituyente de sus miembros, construyan el estado
común, con todos los riesgos que esto puede implicar.
El Municipio debe ser un
verdadero estado municipal, cuya organización dependa de sus cartas orgánicas,
y no de una ley restrictiva e incomprensible, sino como una organización
estatal delegante de parte de su poder, dejando para el gobierno provincial
solo el poder delegado.
El municipio pasaría a ser así el
protagonista del poder, obviamente que una nueva constitución debiera establecer
un mecanismo legislativo provincial que contemplara la representación municipal
como eje del sistema legislativo, en estos términos la legislación provincial
respetaría por sobre todo los intereses de los pueblos y no las necesidades
políticas de los gobernantes y sus estructuras políticas.
El poder municipal debe estar
contenido por la constitución estableciendo reglas específicas para su
constitución, la división de poderes, los límites a las reelecciones, las
condiciones generales para su constitución.
La mentira de la mayor autonomía
Algunos, con una visión diferente
pueden decir que el municipio a través de programas delegados por el gobierno
provincial ejerce una mayor autonomía, esto es una mentira flagrante. El
municipio se encuentra hoy más limitado que nunca.
Los programas delegados son una
restricción a la autonomía, toman de rehén al municipio, y lo entregan a la
discreción del funcionario delegante, el sentido político partidario del
intendente, pasa a ser un factor decisivo a la hora de otorgar la gracia de un
mejor programa, hoy los municipios administran cantidades importantes de
programas provinciales, que además por el intrincado sistema político
provincial pueden ser administrados por el municipio, o por el caudillo
político que le resulte interesante al gobernador.
Esto lo vemos a diario, en todos
los municipios de la Provincia, lo mismo ocurre con los impuestos
coparticipados, donde el coparticipado debiera ser el estado provincial, y no
al revés.
El Famoso RAFAM (Reforma
Administrativa y financiera de la Administración Municipal), obliga al
municipio a sujetarse a un sistema contable elaborado por el poder
centralizado, elaborado a su antojo, obligando al municipio a ceñirse a un
reglamento de contabilidad, que muchas veces resulta, no solo una carga burocrática
excesiva, sino también incomprensible, los municipios de menor tamaño
encuentran muchísimos escollos para sujetarse a los reglamentos cuyo
cumplimiento impone un tribunal de cuentas extraño a la naturaleza de los
gobiernos locales.
Del mismo modo la Legislación
municipal impuesta por el poder central, ha obligado a los municipios a crear
estructuras imposibles de sostener, muchas veces creados por las necesidades
electorales de los gobernadores.
Podría seguir así enumerando
cuestiones, que evidencian lo perverso de las supuestas descentralizaciones,
pero el caso aquí no es denunciar, sino poner sobre el tapete una necesidad
política real y concreta. La de entregar al pueblo el poder real, y de crear un
estado democrático auténtico, donde el hombre en su ciudad sea el verdadero protagonista,
y el poder este construido desde una sólida base popular.
A modo de epílogo
Finalmente me queda por decir que
es absolutamente necesario que esta discusión se de en el seno de la UCR,
cuando se deba encarar la necesaria reconstrucción del partido, después del
fracaso de las conducciones actuales, y que de esta participen todos los
hombres y mujeres de buena fe que queden en el radicalismo, dispuestos a
recoger el guante de la herencia abandonada; solo basta quien lo recoja.-