lunes, 25 de febrero de 2013

Una reflexion sobre esta forma de poder y nuestra conducta




Parece que en los últimos tiempos donde todo lo que hace el gobierno nacional, debe ser interpretado ser convertido como una causa nacional, fiel a un argumento histórico maniqueo donde lo que se pretende es hacer notar que solo este gobierno ha podido establecer a los derechos humanos, el bienestar social, la redistribución del ingreso, la justicia social, y la defensa de los intereses nacionales como políticas de fondo, cosa, que según la lógica de ese argumento no ha hecho ningún gobierno nacional desde 1853 hasta ahora.

Este es el argumento del gobierno, que además elije una mecánica de confrontación permanente con algún actor opositor, nacional o internacional, dentro de una puesta en escena, donde esa confrontación de lugar a la acción épica del gobierno en defensa de los intereses del Pueblo Argentino, fiel a la imagen liberadora que el gobierno tiene de si mismo.

Esta mecánica parece que ha dado resultados, de no ser porque este argumento termina chocando contra sí mismo; así como el discurso de justicia y defensa de los derechos humanos oficial, hace agua cuando sabemos el estado en el que se encuentran los pueblos originarios de nuestro país; o cuando la fabulosa inversión en educación, se choca contra la realidad de la falta de preparación con la que salen nuestros hijos de las escuelas, públicas, y se elige subsidiar cada vez más fuertemente a la educación privada; o cuando el fabuloso crecimiento del empleo no es nada más que una cifra que eufemísticamente oculta la realidad de una gran cantidad de población que sobrevive de los subsidios estatales, atada a la voluntad de un caudillo que da y quita a gusto, placer y necesidad; o la estabilidad económica que no es más que una mentira detrás de una cifra maquillada.

Cuando uno enarbola una idea politica desde la oposicion, es difícil no caer en la facilidad de atacar a un gobierno por la coyuntura, y analizar el fondo de las cuestiones importantes que hacen al quehacer nacional, pero en el caso de este gobierno es imposible soslayar la coyuntura, porque hoy están explotándole en la cara los problemas que ha pretendido ocultar permanentemente, si haber intentado solucionar el fondo de esos problemas.

La tragedia de Once, el malestar económico por el achicamiento del ingreso; la inflación que no parece ceder, impulsando una puja por la distribución del ingreso cada vez más virulenta; la balanza comercial que se reduce o se mantiene a fuerza de restringir la importación, en lugar de una política de desarrollo industrial que produzca bienes exportables a precios competitivos; la falta de una política social que en lugar producir clientes, promueva socialmente a las clases más sumergidas; un acuerdo con Irán, que parece un escalón más destinado a no poder cerrar una herida abierta en el seno de la sociedad; la política de transportes que ha demostrado tener agujeros por todos lados, y solamente encarece los costos en lugar de permitir mejorarlos; la ausencia de una política económica con un objetivo trazado orientada el crecimiento, y a la mejora general de la economía real; y por ultimo una política educativa que solamente a nivelado hacia abajo, provocando una caída en la calidad de la enseñanza pública, limitando las posibilidades que las clases populares tienen de acceder a mejores oportunidades a partir de su educación.

Este gobierno tuvo la oportunidad de aplicar soluciones de fondo a problemas de, que la argentina arrastra desde hace muchos años, dándole al país un perfil realmente progresista, planificando el crecimiento e integrando a la sociedad, sobre todo en el momento político en el que asumió el poder, con una sociedad dispuesta a trabajar mancomunadamente para salir adelante, después de la crisis económica a la que nos arrojó la política liberal de los 90.

Es necesario hoy tener un gobierno, como dijo alguna vez Kovadloff sobre el presidente Illia, para todos los días, que tome como lo hizo durante su carrera política, como legislador, vicegobernador o Presidente, la responsabilidad de planificar el futuro, con normalidad, sin el discurso grandilocuente de la fundación de una nueva nación, sino gestionando correctamente esa planificación, con seguridad y firmeza.

Pero eso no puede hacerse sin la presencia de una sociedad que debe asumir definitivamente su rol dentro del gobierno del estado, desde su posición de parte, que sume esfuerzos al trabajo común, que marque con firmeza y coherencia sus necesidades, e indique el camino que debe seguir un gobierno.

Es necesario que la sociedad no esté ausente, puesto que los cambios y las mejoras solo pueden surgir de una presión social permanente sobre las instituciones políticas, ya no basta solo con el voto, las circunstancias actuales demuestran que la ausencia de participación, y de exigencias, solo causó un estancamiento en la instituciones, no solo impidiendo la renovación de los actores, sino, lo que es más grave, la renovación de la institucionalidad democrática.

La democracia es un sistema maravilloso, pero solamente funciona cuando la sociedad está presente, y asume su rol protagónico, participando y haciendo sentir su presencia, sancionando con su voto, reclamando plebiscitariamente por aquellas políticas que le son más sensibles, siendo parte responsable de la vida en común.

No es el gobierno, sino la sociedad, la que teje la trama que nos vincula solidariamente como parte de una nación, y que permite establecer un destino, y un futuro, y solo habrá destino y futuro si esta sociedad renueva su compromiso de reforzar ese tejido conductor, con su protagonismo.

No hay poder que pueda sustraerse a ese reclamo de la sociedad movilizada, puesto que los efectores políticos salen de su seno y son su más fiel reflejo, y en esto es donde como parte del estado tenemos la mayor de las tareas, recrear entre todos esa sociedad que pueda poner en el poder a hombres y mujeres que comprendan lo que el país necesita, que planifiquen el desarrollo, que promuevan la inclusión con integración, que devuelvan la calidad educativa que alguna vez nos puso en los primeros lugares, y que no nos sacrifiquen en pos de sus ansias de poder.

Necesitamos gente que nos devuelva el sueño de ser argentinos, de estar orgullosos de formar parte de esta sociedad, necesitamos que nos devuelvan la ilusión de ser mejores, necesitamos normalidad institucional, necesitamos honestidad, ética, visión, certeza, trabajo.

Necesitamos políticos para todos los días, que nos representen, que nos acompañen, que nos ayuden, y que no se olviden de qué lugar de esta nación salieron, y tienen la obligación de respondernos con sus actos, fiel y cabalmente.

Nos admiramos del presidente del Uruguay, pero tuvimos hombres que fueron ejemplos de vida y de conducta, tuvimos a Alem, a Irigoyen, a Lebhenson, a Larralde, a Illia, a Alfonsín, verdaderos próceres de un radicalismo que supo interpretar lo que el país necesitaba, y que no supimos apreciar como debimos, volvamos a las fuentes, recuperemos la identidad, y la política para todos.

Nuestra misión como radicales, como dijo el Presidente Illia es “…luchar por el hombre mismo, porque es la evidencia humana la que hace bambolear los tiranos y falsos dioses. Y si no sabemos con seguridad que nuestra verdad es la verdad, sabemos bien, en cambio, donde está la mentira...”.

Carlos Perette sentencio hace algunos años que “Para que el futuro se presente promisorio y lleno de luz y de decoro, es necesario que todos, absolutamente todos, estemos dispuestos a convivir en la democracia con los derechos que ella impone. No puede haber democracia solamente para vivir de sus beneficios, pero para renunciar de sus sacrificios.”

La nación es de todos y no es de nadie, la responsabilidad de gobernarnos es colectiva, lo que pase en el futuro dependerá de nuestra conducta y de aquello que sepamos exigir a nuestros dirigentes.